Una falsa esperanza echó raíces durante la tarde de este miércoles luego de que el presidente Gustavo Petro anunciara que habían encontrado a los niños que, al parecer, sobrevivieron al siniestro de una avioneta el pasado 1 de mayo en Guaviare. La confusión fue tanta que hasta la empresa dueña de la aeronave tuvo que salir a desmentir el trino del mandatario y asegurar que los menores no aparecieron. Así mismo, fuentes  confirmaron que las Fuerzas Militares ni siquiera han visto a los niños y que los socorristas siguen en la búsqueda. Así las cosas, todo fue un mal rumor que Petro no contrastó ni verificó antes de publicar.

Mientras tanto, en la selva del Guaviare retumba una voz que suplica por encontrar a los cuatro niños que, al parecer, sobrevivieron al siniestro. Desde la tierra, unas huellas humedecidas responden a ese llamado y le entregan una nueva ruta a los socorristas que ajustan 18 días buscando a Lesly Mucutuy (13 años), Soleiny Mucutuy (nueve años), Tien Noriel Ronoque Mucutuy (cuatro años) y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy (11 meses).

Ellos serían los únicos sobrevivientes del accidente y con su inocencia habrían atravesado uno de los bosques más agrestes de Colombia en el que habitan los felinos más grandes de América, aguarda plantas espinosas y venenosas, y que se hace espeso en las noches con las fuertes lluvias que lo azotan.

De estar vivos, de la mano de su hermana mayor los infantes podrían haber abierto paso entre gigantes árboles que los custodian y los envuelven en un laberinto en el que solo pueden escuchar a su abuela Fátima por un altoparlante que se pasea en helicóptero de las Fuerzas Armadas.

Lo cierto es que, a su paso, los niños han dejado regadas varias pistas que demuestran movimiento, algo que no es poco, y que ha sido clave para que los rescatistas no pierdan la esperanza de que cada vez están más cerca de encontrarlos.

Desde hace 18 días un equipo especial de búsqueda junto al papá de los menores se internó en la selva para encontrar la aeronave que parecía haberse tragado la naturaleza. Sin embargo, lo que parecía una lucha perdida, se convirtió en certeza en la madrugada de este martes cuando, tras 370 horas de búsqueda, un perro llamado Wilson, entrenado para seguirle el rastro al bebé de 11 meses, encontró un tetero rosado que marcó la ruta hasta la aeronave estrellada.

El olor del bebé dirigió a Wilson metros más adelante y cuando los socorristas miraron al cielo encontraron una avioneta suspendida en el aire, flotando en las ramas de los árboles de la vereda Palma Rosa, Caquetá. El panorama que vieron no fue alentador, sino más bien inquietante. Dentro de la aeronave solo encontraron el cuerpo del piloto identificado como Hernando Murcia, en el resto de las ramas del gran árbol había ropa, zapatos, pero ningún rastro de los otros seis ocupantes: dos adultos y cuatro niños. Las hipótesis comenzaron a gestarse y todo apuntaba a que habían caído de la avioneta en el aire. Pero cuando los rescatistas dejaron de ver el cielo y se fijaron en la tierra encontraron una maleta abierta y algunos elementos por fuera.

Ese hallazgo les dio pie para pensar que habían podido salir caminando luego de que la aeronave colisionara contra los árboles. Precisamente, cuando el piloto se declaró en emergencia a las 7:30 a.m de ese primero de mayo por una falla en el motor, intentó maniobrar para no caer sobre el agua y mucho menos sobre el suelo para evitar un impacto mayor. Razón por la que planeó sobre los árboles y fue cayendo de a poco.

Esa es una de las hipótesis que contemplaron los organismos de socorro para entender cómo los cuerpos de Magdalena Mucutuy, madre de los niños, y del copiloto Herman Mendoza, quedaron metros más adelante de la aeronave. Según los socorristas, todos salieron caminando pero no aguantaron y murieron en el camino, excepto los niños.

El panorama lúgubre se aclaró cuando junto a los dos cadáveres encontraron frutas como maracuyá y guayaba mordidas a escasos tres días. Todo apuntaba a que los niños habían comido para continuar con el camino, buscando una salida de la espesa manigua que ya les había arrebatado a su mamá.

La selva oscura que los acecha

Entre árboles que parecen gigantes, los niños caminarían en medio de una selva que los acecha sin piedad. La naturaleza les abre paso para que se internen en el corazón de uno de los bosques más agrestes de Colombia, un lugar que se ve impenetrable desde el cielo por la espesura de los follajes. Es el hogar de toda clase de bichos, zancudos y gusanos, pero sobre todo, es la cueva de los felinos más grandes de América: el puma y el jaguar.

Según Nicolas Castaño Arboleda, líder de Línea Flora Instituto SINCHI y quien ha recorrido la zona selvática de San José del Guaviare, los niños están enfrentados a condiciones de temperatura extrema. En el día, los rayos de luz se colan entre las ramas de los árboles y hace que el calor sofoque por dentro. Al mismo tiempo, la humedad crece y el ambiente se hace pesado. En la noche, la temperatura cae a niveles muy bajos y la selva encierra con sus pesados troncos un aire que hiela los huesos. Y como si fuera poco, al ser una selva tropical, las lluvias azotan con fuerza las hojas de las plantas y humedecen la tierra que va formando un lodazal. No hay lugar para escampar, los árboles se dejan bañar a la merced del agua.

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Redacción Periódico Hoy es Viernes

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