Jorge Enrique Robledo
Senador de la República
Es muy dolorosa para los colombianos la fuerte inflación, particularmente la de los alimentos e insumos agrarios. Porque el incremento de los precios de la comida castiga a una nación más empobrecida y hambreada que nunca y el notable aumento de los costos de los agroquímicos encarece los alimentos y empobrece todavía más y hasta arruina al campesinado y a no pocos empresarios. Un círculo vicioso infernal.
Es muy notorio lo poco o nada que el gobierno ha hecho al respecto y lo mucho que calla la tecnocracia neoliberal encargada de uniformar el pensamiento de los colombianos, más allá de decir que el problema viene del exterior porque es importado en los costos de los alimentos y los insumos, con lo que silencia parte determinante de las causas e insinúa que no hay nada que hacer más allá de comer todavía menos y empobrecerse aún más. Y que entonces lo que nos toca es resignarnos, esperar a que algún día los precios desciendan.
Es cierto que las dos carestías se originan en el extranjero, donde han inflado los precios en exceso aprovechándose de que por la pandemia escasean los contenedores del transporte marítimo y que la guerra entre Rusia y Ucrania se utiliza para encarecer los precios internacionales de los alimentos, los insumos agrícolas y el petróleo.
Lo que no se dice es que los precios de esos bienes, en proporciones considerables, no se elevan por el aumento de sus costos de producción sino porque los oligopolios que los acaparan se aprovechan de las circunstancias para aumentarlos y hacer ganancias exorbitantes, en una palabra, para especular con ellos en el mercado internacional.
En el caso de las diez principales navieras globales, en 2021 sus utilidades aumentaron a unos 150 mil millones de dólares, lo que les significó duplicar en un año las ganancias de casi dos décadas, entre 2000 y 2019.
En Colombia el impacto es mayor que en otros países porque por una política muy equivocada, como lo advertimos oportunamente, desde 1990 se decidió convertir en política nacional “colombiano come comida extranjera”, reemplazando la anterior concepción que determinaba “colombiano come comida nacional”, como lo demuestra que se pasó de importar 500 mil a 14 millones de toneladas de alimentos. Y también se redujo al mínimo la producción nacional de insumos para el agro, determinaciones montadas sobre la falacia de que siempre sería más barato importar que producir en el país, a pesar de que algunos advertimos que distintas razones, incluidas pandemias y guerras, podían convertir en escasos y encarecer los bienes traídos del exterior.
Si hay total certeza de que la carestía internacional tiene que ver con maniobras especulativas, es decir, por comprar y producir a precios menores y vender a otros bastante mayores, con utilidades exageradas, ¿eso no está pasando en Colombia, una vez los intermediarios logran traer al país alimentos e insumos agrícolas?
Sería muy extraño que en río revuelto no ganaran pescadores, y más cuando el gobierno de Iván Duque no ha movido ni un dedo para que esos abusos no ocurran, a pesar de que tiene instrumentos legales para actuar y que en Colombia son varios los precios controlados por el Estado. Hora de recordar que hasta hace unos años, al llegar diciembre con el incremento de las compras y las ventas, los gobiernos congelaban temporalmente los precios de algunos productos para que no se abusara contra la ciudadanía y sin que desaparecieran las utilidades de los intermediarios. Específicamente, las leyes 81 de 1988 y 101 de 1993 autorizan a las autoridades a actuar con estos fines.